sábado, 27 de agosto de 2011

J. Johnson, un gran pintor, de Aarón B.


¡Cuán pequeño era John por aquel entonces! Contaba, por lo alto, con seis años de edad. Era una eminencia, un intelectual para su edad. Una persona maravillosa se ocultaba detrás de esa infantil mirada. John amaba la pintura, deseaba tomar en su mano un pincel en todo momento y lugar. Retrataba acciones, habitualmente, situaciones, momentos de su vida.

Hacía tan solo tres meses del accidente. El 27 de marzo, Mary madrugó para acudir al hospital, con intención de cubrir su puesto de trabajo a tiempo. Solía conducir moderadamente, sin sobrepasar los límites de velocidad estipulados por ley. Mary, la madre del pequeño John, normalmente escuchaba su disco; y digo su disco porque no escuchaba otro. Es cierto que se debe escuchar diversas músicas y estilos, pero Mary no podía con otro compositor, ni con otra interpretación: era la sonata para piano no. 14, más conocida como “Claro de Luna”, del grandísimo compositor Ludwig van Beethoven. Esa mañana del 27 de marzo, en su trayecto al hospital, Mary conducía con la obra de Beethoven como música para un buen despertar. En el momento más inesperado, encontrándose estacionada ante un semáforo, un vehículo desde atrás abatió el auto de la mujer. Ella no lo comprendió, fue todo en un mísero instante. El vehículo culpable alcanzaba los ciento ochenta kilómetros por hora en aquella vía en la que Mary, por última vez, tuvo la oportunidad de escuchar esa obra maestra: “Claro de Luna”, de Beethoven.

Desde hacía tres meses, debido a lo ocurrido, John solamente pintaba con pincel; y pintaba exclusivamente destellos, aunque se podía avistar alguna silueta que otra, por supuesto, de mujer. Empleaba para ello, colores tenues, tonos oscuros…, que hacían contraste con los destellos áureos y blanquecinos. Claramente, se veía expresada en los cuadros de John, la inestabilidad que sentía por esa cercana pérdida; una tristeza oculta, pero muy profunda e intensa. Su familia decía de esos cuadros que eran “horriblemente bellos” y “tristemente sinceros”. Creo que eso define de manera muy efectiva la sensación de John y su añoranza hacia Mary.

Peter, su padre, era una persona muy terca e incluso brusca. No sabe cómo decir lo que piensa, expresaba todo de manera muy poco acertada, poco sensible. Tenía un carácter un tanto especial: “es tan raro…” pensaba John; “…nunca me dice nada bueno o bonito” decía el chaval. Ahora vivían más juntos aún, aunque siempre hayan convivido en la misma casa, en aquella familiar estructura de madera. Sí, desayunaban juntos; cierto, comentaban las noticias del periódico. Pero nunca hablaban sobre el accidente, ni se cuestionaban el uno al otro cómo estaban ni viceversa. John pensó que así podría ser mejor para olvidarlo, por ese motivo no introducía el tema en ningún momento, a pesar de que no dejase de pensar en ello. Peter parecía no preocuparse, simplemente mostró preocupación en un principio con alguna frase igualmente lacónica: “No llores, no te conviene”.

Todo se desarrollaba de esa manera hasta el día de la presentación de John. El pequeño artista había pintado una colección de siete cuadros en honor de la Srta. Mary Gordon, su madre. Ese día era muy importante para él, un joven que jamás se sintió valorado por nadie, ni siquiera por su familia. John no creía realmente que sus obras tenían gran mérito, nunca lo creyó. Todo cambió ese día. Fue el día en que John conoció la felicidad, el día en que John volvió a llorar, pero esta vez de satisfacción, de felicidad. Ese día le abrió las puertas a un futuro feliz, gracias a su testarudo padre. Peter Johnson consiguió la felicidad de J. Jhonson, su hijo, tras una breve conversación de padre a hijo:

-          Felicidades por tu trabajo John, me gustan tus cuadros.

-          Gracias papá. Tengo una pregunta para ti: ¿por qué me hablas así? ¡soy tu hijo! No comprendo por qué me tratas como si fuese un desconocido, el hijo de un amigo tuyo, o algo por el estilo…por favor, quiero o quizás necesito una explicación.

-          No sé pequeño John, no entiendo a qué viene esta pregunta.-respondía su padre como si no supiese de lo que hablaba su hijo-.

-          Sí, papá, creo que sabes a qué viene. Aunque seas ya adulto, ¿tienes en mente algún proyecto, piensas hacer algo de una vez con tu vida, tienes a alguien como ejemplo a seguir…?-preguntaba su hijo ya un tanto desesperado por la explicación de todo, la explicación de la actitud diaria de su padre-.


-          John Johnson Gordon: quiero ser como tú. Eres un gran pintor y una valiosa persona. Admiro tú capacidad humana, con sólo seis años de vida. Sabes cómo soy, no me suelo expresar; pero siempre te he valorado como persona humana. Creo que vas a ser un gran pintor y, sobre todo, fiel amigo. Repito: quiero ser como tú. Y, ya termino, te digo una cosa… Adelante hijo, sigue adelante.

© 2011, Aarón Barreiro Moreno


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