domingo, 2 de octubre de 2011

Tún, tún, de Aarón B.

Anduve sobre una superficie de putrefacta madera durante tan solo tres siglos. El tiempo pasaba, las luces aparecían y desaparecían intermitentemente. El minutero de mi reloj recorría la circunferencia una y otra vez, corrían las horas; luego, los días, los meses, los años. Automóviles circulaban por el infinito camino de ilimitados vehículos, sin que una simple señal de “ceda el paso”, ni nada por el estilo, interrumpiese el trayecto. Mi piel ha envejecido, mi pelo ha caído, mi voz ha desaparecido, pero también mi oído. No oigo un solo ruido. Puede que diga locuras, sé que estoy loco.

Infinidad de recuerdos hacen que me dé cuenta aun más del paso del tiempo. Inexorable y despiadado paso del tiempo. Mis ojos han cambiado de color, todo se ha vuelto horrible. Una bella mirada del ayer ha pasado a ser una terrible mirada del día de hoy; suponiendo que este mundo es real. Todo se ha vuelto mohoso; yo antes era madera maciza, ahora soy madera corrompida.

Sé que puedo sentirlo, aunque me cuesta expresarlo abiertamente. Un pequeño gran órgano se ha rejuvenecido: mi corazón. Eso es lo que yo creo, pero puede que no esté en lo cierto. A ver si me explico: hace tres siglos el pequeño, pero inmenso corazón, me contaba sus secretos. Me decía “tún, tún”. Poco a poco ha ido adquiriendo confianza y ha ido vigorizándose. Ahora me dice “túntúntúntúntún, túntúntúntúntún”.

¡Dios mío! Me contradecía, estaba cometiendo un error sin salida. Mi corazón era cada vez más “joven”, según yo pensaba. Me equivoqué. Era el final. Ahora no quiero que este mundo sea real, deseo que todo sea un sueño. Por favor. Yo no quise desaprovechar el tiempo, no quise caminar siempre sobre la misma putrefacta madera. Mi intención no era observar cómo las luces se encendían intermitentemente, ni cómo circulaban constantemente aquellos automóviles. Pensé que no afectaría a mi vida.

Mi salud dependía de mí, tuve la posibilidad de vivir eternamente. Tenía posibilidades de conocer la felicidad, de sonreír cada vez que el minutero de mi reloj completaba una vuelta entera a la circunferencia. Podría haber querido, podría haber amado, podría haber sido la persona más feliz del mundo. Ahora no me queda nada, no tengo absolutamente nada. No soy nada. Nada me rodea, la soledad es mi única amistad.

A veces no valoramos lo que nos rodea hasta que desaparece de nuestras vidas o, peor todavía, hasta que somos nosotros los que desaparecemos.

©2011, Aarón Barreiro Moreno.


2 comentarios:

  1. xos...Aarón, me has matado hijo, ¿desde cuando escribes tan bien? me encanta, de verdad, muy bonito

    ResponderEliminar